Preocupado…

(Le invito a leer secciones editadas de mi libro a publicar “El Túnel del Tiempo de un Inmigrante”).

…El sábado fue otro día similar con preocupaciones; tratando de sortear, entender, procesar, buscar, afirmar el nuevo contexto. Era una experiencia diferente a mis otros viajes al extranjero: no había esa alegría, descubrimiento, desafíos placenteros. La realidad era una angustia que crecía cada día. Me percibía como que estaba frente un espejo empañado, difícil de aclarar, que estaba ante las complejas raíces de mi existencia humana. Sentía incapacidad de conocerme a mí mismo; como que tenía que elaborar una biografía prestada dentro de un paso errático estrenando una magnifica desorientación de identidad

Entonces como primeros auxilios y remedio personal, en forma sistemática me propuse dar continuidad a la lectura y reflexión de las Escrituras, especificarme los Salmos donde el escritor discute, habla y se queja y lamenta con Dios; ese era mi estado de ánimo. Al faltarme 12 días para mi regreso, pensé dedicar dos o tres Salmos por la mañana haciendo notas y reflejos anotándolos en un diario, como siempre fue mi costumbre hacer.

Los Salmos me daban esa ventana a la realidad de saber de Dios y al mismo tiempo me identificaba con las dificultades y conflictos contradictorios tan dramáticamente enunciados por aquellos que también “la pasaron”. Es una voz que reclama a Dios e insiste por respuestas que parecen siempre ser lentas, no llegan a la velocidad deseada. Fui nuevamente instruido que Dios obra en momentos difíciles y la batalla que siempre existirá. Fue mi ritual dedicado a guardar lo que quedaba de mi ser…

Al fin llegó el domingo y ya preparándome para ir a la Iglesia… salimos en taxi y llegamos a eso de las 10:30 horas a la calle  Italia, el último vecindario donde viví antes de partir a California.

Al entrar al santuario y ver a la congregación de inmediato me sorprendí de que la mayor parte de los presentes que tenían memoria de mí eran personas ancianas… había pasado tiempo. Otra vez quería hacer sentido de ese paso del tiempo; yo no tenía canas, pero sumaba años y no me daba cuenta. Fue así como el concepto del túnel de tiempo surgió en forma despiadada rompiendo 30 años de exilio. Y aunque uno se imagina que las cosas cambian por el pasar del tiempo, nada es más punzante que cuando enfrenta la realidad de su propia historia fugaz. Sentía un desbalance, un nivel de irresolución, completamente foráneo a previa experiencia. Y la costumbre del saludo argentino de dar un beso en las dos mejillas, simplemente fue ¡desconcertante!

Todo era nuevo, diferente; fue difícil ubicarme. El pasado, como que se fue y el futuro todavía no está y el presente se convierte en el pasado aun cuando trato de entenderlo. Como relámpago instantáneo que explota brillante en la noche y expira. Quizás el tiempo no pasa, uno pasa. Todo esto creó una medida existencial; pese a tantas cosas en mi vida, no lograba percibir, muchos menos percatar o descifrar, el impacto del supuesto laberinto del tiempo que “es de uno y es de todos”.

…El sábado fue otro día similar con preocupaciones, tratando de sortear, entender, procesar, buscar, afirmar el nuevo contexto. Era una experiencia diferente a mis otros viajes al extranjero: no había esa alegría, descubrimiento, desafíos placenteros. La realidad era una angustia que crecía cada día. Me percibía como que estaba frente un espejo empañado, difícil de aclarar, ante las complejas raíces de mi existencia humana. Sentía incapacidad de conocerme a mí mismo; como que tenía que elaborar una biografía prestada dentro de un paso errático estrenando una magnifica desorientación de identidad

Entonces como primeros auxilios y remedio personal, en forma sistemática me propuse dar continuidad a la lectura y reflexión de las Escrituras, especificarme los Salmos donde el escritor discute, habla y se queja y lamenta con Dios. Al faltarme 12 días para mi regreso, pensé dedicar dos o tres Salmos por la mañana haciendo notas y reflejos anotándolos en un diario, como siempre fue mi costumbre hacer.

Los Salmos me daban esa ventana a la realidad de saber de Dios y al mismo tiempo me identificaba con las dificultades y conflictos contradictorios tan dramáticamente enunciados por aquellos que también “la pasaron”. Es una voz que reclama a Dios e insiste por respuestas que parecen siempre ser lentas, no llegan a la velocidad deseada. Fui nuevamente instruido que Dios obra en momentos difíciles y la batalla que siempre existirá. Fue mi ritual dedicado a guardar lo que quedaba de mi ser…

Al fin llegó el domingo y ya preparándome para ir a la Iglesia… salimos en taxi y llegamos a eso de las 10:30 horas a la calle  Italia, el último vecindario donde viví antes de partir a California.

Al entrar al santuario y ver a la congregación de inmediato me sorprendí de que la mayor parte de los presentes que tenían memoria de mí eran personas ancianas… había pasado tiempo. Otra vez quería hacer sentido de ese paso del tiempo; yo no tenía canas, pero sumaba años y no me daba cuenta. Fue así como el concepto del túnel de tiempo surgió en forma despiadada rompiendo 30 años de exilio. Y aunque uno se imagina que las cosas cambian por el pasar del tiempo, nada es más punzante que cuando enfrenta la realidad de su propia historia fugaz. Sentía un desbalance, un nivel de irresolución, completamente foráneo a previa experiencia.

Y la costumbre del saludo argentino de dar un beso en las dos mejillas, simplemente, ¡desconcertante!

Todo era nuevo, diferente; fue difícil ubicarme. El pasado, como que se fue y el futuro todavía no está y el presente se convierte en el pasado aun cuando trato de entenderlo. Como relámpago instantáneo que explota brillante en la noche y expira. Quizás el tiempo no pasa, uno pasa. Todo esto creó una medida existencial; pese a tantas cosas en mi vida, no lograba percibir, muchos menos percatar o descifrar, el impacto del supuesto laberinto del tiempo que “es de uno y es de todos”.

¡Viva Perón!

(Le invito a leer secciones editadas de mi libro a publicar “El Túnel del Tiempo de un Inmigrante”).

Había ambulado por la ciudad unos días y me pareció apropiado ir al cementerio, me hacía falta. Se trataba de una identificación con mi abuelo quién fue importante en mi niñez.

El falleció el 12 de septiembre de 1967 a los 86 años y fue sepultado en Mar del Plata. Nunca me dieron datos completos de su muerte y Tía era muy ambigua y por más que le preguntaba me esquivaba por razones que jamás logre entender.

Solo se por boca de otros y por correspondencia antigua, que el final de sus días negaba a tomar medicinas, estaba ciego, y había perdido mucho peso. En sus últimos años fue reconocido y respetado públicamente por dirigentes de muchos establecimientos y personajes de la ciudad en general y de en forma especial por las iglesias evangélicas que en ese momento todas había usado el plantel para conducir sus servicios ya sea en Alberti o en Italia hasta que conseguían su propio lugar.

Está el episodio que por equivocación salió un anuncio en los periódicos sobre la defunción de  Enrique Andrews. Muchos comenzaron a llamar y aun llegaban a la casa dándose el susto de hablar con un muerto. Entre los que llamaron fue el Pastor Rolls. Estos dos no se llevaban muy bien… asuntos de dos ingleses y dos iglesias…

Al fin Rolls llamó para dar su pésame y ¡el abuelo contesta el teléfono! Intercambiaron palabras y al fin Rolls termina la conversación con la siguiente frase:

—We fight, but we love! (¡Peleamos, pero nos amamos!)

Al fin del episodio resultó ser que el difunto recién había llegado a Mar del Plata y que se llamaba Enrique Andrews.  

Sobre los elogios, tengo una nota muy peculiar en los archivos de la familia que dice en su muerte aún la Iglesia Católica lo reconoció. La nota/aviso dice en parte: “Roguemos por nuestros difuntos… celebrando el sufragio de los fallecidos… incluyendo el Alma de Enrique Andrews:”. No sé qué pensaría el abuelo de eso, pero nos damos cuenta de que la historia y Dios nos vindica.

Una nota más: Además de ejercer el pastorado pionero, fue profesor de inglés en el Colegio Nacional por varias décadas donde acumuló historias y múltiples episodios humorísticos que ocurrían a diario especialmente con el señor Rector Calleja, todo un personaje que visité con mi prima Cristina. Entre muchas historias, ésta es mi preferida:

Resulta que era costumbre cobrar el sueldo de profesor a fin de mes. Y en una ocasión recibió la mensualidad el 15 del mes. El abuelo sorprendido fue con Calleja y le dijo que ya había cobrado el mes pasado y que no entendía lo que suponía pudiese ser un error o adelanto. La conversación fue muy interesante cuando Calleja le dijo que no había ninguna equivocación y que no era un adelanto y que estaría recibiendo dos pagos mensuales. Sorprendidísimo el abuelo pidió algún tipo de explicación. Calleja le dijo:

­—Señor Andrews: ¡SILENCIO! y ¡viva Perón!

Un acto de semejante magnitud debería haber preocupado a la nación, pero no. El pensamiento nacional permitía corrupción en tantos niveles que al fin de la historia, el abuelo cobró dos sueldos mensuales por varios años así como dictó Perón.

Dijo Borges que “el argentino suele carecer de conducta moral pero no intelectual; pasar por un inmoral no le importa menos que pasar por un zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla.”

¡Lo cómico es que el abuelo nunca fue peronista!

El Retorno…

Le invito a leer secciones editadas de mi nuevo libro a publicar “El Túnel del Tiempo de un Inmigrante”.

Ningún hombre entra dos veces el mismo río, porque no es el mismo río y él no es el mismo hombre.” Heráclito.

Girar a mi país de origen fue en un tiempo pasado un profundo deseo, quizás obsesión. Los primeros años en California fueron difíciles tratando de acomodarme a la nueva cultura. Tenía que vivir en inglés en mi nuevo país que apenas me aceptó condicionalmente, como a todo extranjero. No es cosa fácil, la cultura estadounidense es pesada; en algunos casos lo modifica en las orillas culturales y en otros casos anula raíces. En mi caso luche por retener lo que pensé era mi regalo de nacimiento: “—Soy de allá”- me decía siempre. La realidad es que mi ciudad natal era apenas un recuerdo lejano, pero real. Durante tres décadas mi mente recordaba con claridad nostálgica las travesuras de aquellos días de inocencia infantil… ¡tantas figuras del pasado!

…Llegué a Buenos Aires en pleno invierno de agosto… Habían pasado décadas que no respiraba el aire bonaerense. Mis cinco sentidos estaban denunciando nuevo territorio; eran poderosos grabadores que despertaban una interioridad fascinante clasificando y ordenando la experiencia. Todo era igual y a la vez distinto. Estaba en un lugar que jamás podría suprimir; me iba ser imposible esquivarlos porque formaría parte de mi persona para siempre.

Un taxi, al subterráneo, y al fin a Constitución donde aguardaba la etapa final del viaje…

…Ya empapado de traspiración y con pulso alto, dimos pasos apresurados para sacar el boleto pulman y no perder el tren… Hoy me tocó viajar en un tren legendario; un carruaje místico que me trasportaba por las vías del tiempo a mi infancia al encuentro con el pasado… En esos días servían en el tren, vagón por vagón, café, medialunas, pebetes, gaseosas de toda clase y un sinfín de facturas, algunas con dulce de leche. Aproveché todo lo que podía creando una fiesta culinaria que revoletearon mis recuerdos. Supongo que formé parte de la construcción pintoresca social del tren… como un goloso empedernido.

Estaba muy claro que no estaba dentro de la demografía multicultural californiana compuesta por un alto porcentaje de mexicanos y centro americanos. Observaba a los pasajeros argentinos de extracto europeo y no me sorprendía que de aquí vengo yo. No escondo mi orientación cultural ni la evangélica, la misma me ayuda a reflexionar en Isaías 51:1: “…Mirad la roca de donde fuisteis tallados, y la cantera de donde fuisteis excavados”. Es una invitación que acepté, pero sería mucho más severa de lo que anticipaba.

…Mi tejido cultural argentino es parcial; existe vivido en el extranjero con un sentido y significado construido a través de varias escalas de tiempo y distancia. Al frente mío está la necesidad de aclarar la importancia de mis experiencias vivenciales que incluyen la totalidad de mi persona: el prisma por donde uno percibe y atribuye valores, sentido y significado del mundo y de la identidad. Pensando en todo esto; discutiendo conmigo mismo; tratando de encontrar trinchera en el campo de batalla emocional.

Por eso mismo fue que durante la ruta a Mar del Plata tuve una sensación que por momentos me faltaba el equilibrio, me sentía suspendido en el aire, era un vértigo cultural abrumado por un sentido nostálgico que no podía medir. Escuchaba el rugir de la locomotora, sentía el movimiento de los vagones y el crujir de las ruedas de hierro con las vías sobre los durmientes de quebracho, ajustándose a las diferentes velocidades anunciando las paradas rutinarias. Mi cuerpo se zarandeaba de un lado al otro apretándome el costado derecho contra la ventana, sentía la presión sobre mi piel pese las capas de ropa; estaba cansado…

Por la ventanilla veía los extensos campos verdes salpicados con manchitas negras y blancas del ganado. Los cielos cambiaban de color a cada rato con nubes negras cargadas de agua a otras blancas como la nieve con un trasfondo de azul celeste. Y no podía más que notar los interminables postes telefónicos adornados con nidos de barro, hogar de los teros, las casitas del hornero que “tiene alcoba y tiene sala…” y las clásicas golondrinas del tiempo lineal y circular… Si; estaba en el espacio de Carpe Diem.

…El tren seguía, deteniendose en algunas estaciones desembarcando y embarcando pasajeros…  En esas escasas pautas de tiempo lograba apreciar otros paisajes pintorescos interpretado por los diferentes sentidos… El humo y distintos aromas encantadores procedentes de la parrilla de las pulperías y restaurantes al aire libre, los chicos jugando apasionadamente el futbol cerca de la vía del tren, los perros ladrando al tren y sus dueños indiferentes…

Me impresionó la cautela del conductor del tren cuando pasábamos sobre parches donde las vías yacían inundadas por lluvias torrenciales que acostumbran a derrochar vida al campo seco.

Cada kilómetro del avance del tren era un repetido paisaje de campos y vacas, arboleadas, ríos, lagos y clima de invierno de agosto.

No podía evitar la legitimidad de mis pensamientos que estaban en la búsqueda de algo nuevo o quizás viejo y olvidado. Era un desenlace de tiempo y vida; quizás sería la linterna de la sociedad que me aclararía el desfile de las sombras y las siluetas de una realidad que consideraba perdida; sería descubrir el lujo de riquezas internas ahora enfrentadas.

Sé que sufriría un pasado encapsulado, pero ¿qué será lo que me aguarda pacientemente tantos años de ausencia? ¿Por qué me estremece el pensar del hogar, del nido que guardaba los recuerdos y momentos sagrados de mi infancia? …Me daba la impresión qué estaba imaginándome, quizás soñando despierto el tiempo pasado. Pero no sabía qué podía soñar porque no tenía mucho tiempo vivido en mi país para acumular experiencias…

Apreté un montón de horas desde Los Ángeles a Buenos Aires… pero las seis horas de Constitución a Mar del Plata fueron las más ansiosas. Si, llegué a mi patria, mi ciudad balnearia con quien siempre me identifiqué apasionadamente dentro de mi experiencia migratoria californiana.

Al llegar al departamento de Tía donde estaría hospedado, apenas si podía ya con la gigante valija, que de hecho, los tres no cabíamos en el ascensor, ya sea el ascensor era muy chico o la valija era muy grande. Tía subió sola preparando el camino y yo la seguí después con la valija. 

Al instante de entrar al ascensor, recuperé memorias de cuando vivimos en el mismo departamento una corta temporada en 1957…

…Subí al ascensor, cerré la primera puerta de metal flexible estilo reja-acordeón, y luego la segunda que habilitaba el ascensor. Marqué el botón para el “11” piso y un brusco empuje vertical comenzó el ascenso. Los ruidosos engranajes y cables de acero que suspendían la cabina del ascensor delataban el perenne tercer mundo; un ascensor con sombras y rechinamientos que espantaban la seguridad.

…A medida que ascendía, cada piso se rendía con el crujir de las ruedas, resortes y bisagras de metal: tac, tac, tac, como en cámara lenta, haciendo un esfuerzo vertical… y simultáneamente un: clic, clic, clic, marcando cada piso.

A través de las rejas de las puertas del ascensor se notaban claramente las paredes pintadas de blanco grisáceo con la numeración de cada piso en letras grandes y negras. Cada piso que pasaba, captaba un caldo invisible de aromas y tufos; cada piso era como una gran nube encerrada en su aroma. Ya sospechaba que más allá del presente entorno había un misterio inmenso sin nombre todavía.

Otra vez me sentí fuera de lugar, una sensación extraña, un ambiente diferente, remonto a lo que estaba acostumbrado. Era como que de repente los aires antiguos amontonados por el tiempo, inexplicablemente y en ese momento, soplaron sobre mí y mi interior se estremeció; me sentí espeluzado.

Era un avance turbulento y fantasmal que no podía identificar; muy tarde para sacudirlos de mi interioridad- estaban anidados en mí. Bruscamente, en el medio de esa lucha, esa sensación que duró fracción de segundos, el ascensor se detuvo y todo se esfumó. Quedé como que no pasó nada. Pero, paso todo. Llegue al piso 11.

Ya quería regresar.

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Me gustaría saber tu opinión. Escríbeme: ezone@facultad.edu

La Vida es un Recuerdo

Le invito a leer secciones editadas de mi nuevo libro a publicar, “El Túnel del Tiempo de un Inmigrante.”

Todo inmigrante tiene una historia. Cuando al fin decidimos contarla dependemos de nuestra memoria “imperfecta,” llena de lagunas mentales y vacíos causados por el tiempo, la distancia y los sentimientos.

Es extraordinario que se pueden sumar recuerdos que tienden, ya sea a cambiar, o se mantienen estables en el trascurso del tiempo. El recordar” siempre está incrustado en una historia en desarrollo. La vida continúa arrastrando memorias con el paso de los años donde identifica, califica y reinterpreta como una historia que evoluciona con aquellos que la recuerdan. Es a la vez tanto un acto personal como un acto social.

En ciertos momentos parece que olvidamos mucho más de lo que recordamos. También diferentes personas recuerdan las mismas cosas de manera muy diferente. La memoria nos juega malas pasadas, de modo que incluso cuando estamos seguros de que nuestros recuerdos son correctos, resultan ser dudosos o falsos. Y en ciertos casos se puede recordar cosas que nunca sucedieron.

Por otro lado, también sabemos por experiencia que, para la mayoría de los propósitos cotidianos, la memoria es lo suficientemente confiable. La sociedad humana no podría sostenerse de otro modo. Si reflexionamos sobre ello, acertamos que los recuerdos pueden sobrevivir con un grado considerable de precisión durante un largo período.

Por lo tanto, admitiendo que la veracidad de la memoria autobiográfica no es precisa, igual es verdadera. Los recuerdos autobiográficos van acompañados de imágenes que incluyen rostros y pasiones que aportan detalles específicos del mismo tipo que nos pueden llevar a juzgar que, un hecho recordado, ocurrió en oposición a sólo pensarlo.

Estamos ante la memoria autobiográfica con todos sus apropiados altos y bajos, certezas y ambigüedades correspondientes. Inevitablemente codea la auto ficción como un aliado de la esperanza, acompañado con una serie de diálogos que iluminan, aclarecen y describen el momento vivido.

Leí por algún lado, no recuerdo, que la vida es memoria, la memoria son historias, y las historias son interpretaciones de los hechos. Al fin de cuentas, la realidad histórica autobiográfica descansa en que, como dijo María Ramón del Valle-Inclán, “nada es como es, sino como se recuerda”.

Me gustaría saber tu opinión.

Escríbeme: ezone@facultad.edu

Regresado…

Ha pasado mucho tiempo desde la última entrada… quizás lo que me frenó, entre muchas cosas, fue la muerte de Luis Alberto. Su familia me pidió que ya no escribiera sobre él… ya son más de dos años desde ese pedido que honre. . Al fin contacté a su familia y le dije que estaría anunciando formalmente su muerte a los lectores de Ambos Mundos. No se opusieron. Su fallecimiento fue atribuido a COVID-19, pero al fin no fue así. Murió de otras causas que no vienen al caso. Lo importante es que Luis Alberto que está con el Señor. Gracias.

Crónica de un Enfermo

Me llamo Luis Alberto. Es un nombre ficticio. Tengo 48 años, vivo en California. No quiero que se sepa quien soy en realidad. Pido acceso a vuestras oraciones por este medio anónimo que llega al portal de su saber por medio del Dr. Zone en Ambos Mundos.

Dr. Zone: Se acercaba el médico para darle los resultado de los análisis tomados unas horas antes de ser admitido al hospital.  De alguna manera Luis Alberto temía el reporte. Tenía una severa tos y fiebre alta y sus músculos estaban maltratados. Se sentía traumatizado por lo que veía y no veía a su alrededor: Silencio de seres humanos y ruidos de monitores electrónicos. No podía oír la voz de otros porque estaba en un sector del hospital en aislamiento. Estaba postrado en una cama que Luis Alberto interpretó como su tumba y al mismo tiempo como un altar ante Dios. Le habían puesto una máscara con oxígeno y su cama estaba protegida rodeada con una carpa de plástico trasparente. El temor del momento le penetró hasta los tuétanos de sus huesos y a lo profundo de su corazón. El asunto del temor vino a su mente y no sabía procesar lo que sentía y por eso buscó a Dios tratando de justificar ese temor que lo dominaba… «¿Puedo ser un cristiano y sentir tanto temor?»

Luis Alberto: ¡Dios mío, Dios mío! Encuentro en tu Palabra que el temor es un espíritu sofocante, un espíritu que asfixia; que Is-boset no podía hablar ni responder en defensa propia a Abner porque temía (2 Samuel 3:11). También fue el caso de Job, quien, antes de poder decirte algo, dice “ Que Él quite de mí su vara, y no me espante su terror, entonces hablaré y no le temeré… (Job 9:34).

En el medio de mi temor, ¿abandonaré mi devoción a Ti? ¿Si tengo vergüenza de tener miedo, no te buscaré? Al estar atravesando la lucha por la vida, ¿no te invocaré? Dios mío, no hay confusión en ti; Tu eres mi luz y mi claridad, mi sol y mi luna, que me dirigen también en la noche de la adversidad y en el miedo de la vida y de la muerte, como en mi día de prosperidad y confianza.

¿Cuándo reprendiste a alguno de tus hijos o hijas con el nombre de importunado? Nos diste una parábola de un juez (Lucas 18:1) que finalmente hizo justicia, porque la persona era importuno y molesto. Pero nos has dicho claramente, que tu uso en esa parábola no fue que estabas preocupado con nuestras importunidades, sino que siempre debemos orar. Y es porque siempre debemos orar que hoy me escuchas y nunca me llamarás inoportuno, nunca te fastidiarás porque en noche de angustia clamo con temor.  Dios no me dice: «te oiré mañana de rodillas, junto a tu cama, pero ora sobre tus rodillas allí entonces te escucho». Dios no me dice: «Te escucho el domingo en la iglesia, porque solo de allí contesto.»

La oración nunca es irrazonable, Dios nunca está dormido ni ausente. Pero, Dios mío, ¿Es apropiado acercarme a ti y escuchar tu  voz en todos los lugares, a todas horas, aún cuando tengo miedo de lo que me esta pasando?  ¿Me atrevo a hacer esta pregunta? Puedo hacerlo. Lo dijiste en tu Palabra: “Clama a mí, y yo te responderé y te revelaré cosas grandes e inaccesibles, que tú no conoces “(Jeremías 33:3). Tengo que aprender que pese a lo que me esta pasando puedo tener confianza en ti. Si, aunque estoy en el lazo del cazador me libras del lazo del cazador. Temo al lazo del cazador, pero no temo tu poder de rescate.  Has provisto que no debemos temer a nadie más que a ti: a ningún hombre, a ninguna enfermedad, a ningún duelo. “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién tendré temor? (Salmo 27:1).

Entonces: Estoy aquí con temor; con miedo, pero porque “A ti he clamado, Señor; dije: Tú eres mi refugio, mi porción en la tierra de los vivientes” (Salmo 145:5), me preservarás de que lo que temo sea una realidad, que todo miedo desmedido que surge de la enfermedad de la naturaleza, nunca me dejarás caer de tu mano.

¡Gracias Señor! Ahora se que no pierdo mi relación ni tu auxilio porque tengo temor…  soy tu hijo en el tiempo de la prueba con todas mis dudas, confusiones y dolores. Si, es una verdad, aunque pienso que soy un residente permanente en el valle de sombra de muerte no temeré mal alguno porque me preservas del mal y estás conmigo para librarme y al fin moraré en la casa de Dios para siempre.

«El que habita al abrigo del Altísimo morará a asombra del Omnipotente… Non te sucederá ningún mal, ni plaga se acercaría a tu morada…» (Salmo 91:1,10).

Ya el médico comenzó hablar con Luis Alberto…

Crónica de un Enfermo (4)

Me llamo Luis Alberto. Es un nombre ficticio. Tengo 48 años, vivo en California. No quiero que se sepa quien soy en realidad. Pido acceso a vuestras oraciones por este medio anónimo que llega al portal de su saber por medio del Dr. Zone en Ambos Mundos. 

En el cuarto día de aflicción, Luis Alberto considera…

Cuando estoy muerto, me entierran y ya no contagio a nadie. Pero cuando estoy enfermo y puedo infectar, no tienen remedio más que invocar una ausencia y mi soledad.

Aunque esta en el cuerpo físico, se convierte en una enfermedad de la mente, ya que la altura de una enfermedad infecciosa del cuerpo es la soledad. Y para mi, ser dejado solo es peor que una tumba, que, aunque en ambos estoy igualmente solo, en mi cama lo sé, y lo siento, y no lo haré en mi tumba: y esto también, que en mi cama mi alma todavía está en un cuerpo infeccioso, y no lo estará en mi tumba.

¡Ay del que está solo cuando cae!

Este estado de soledad, de angustia del alma se refleja en las Escrituras tantas veces. Por ejemplo: Elías mismo se desmayó bajo esa aprensión. “He quedado yo solo y me buscan mi vida para quitármela” (I Reyes 19:14). También Marta le dijo a Cristo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado para servir sola?” (Lucas 10:40). Jeremías tampoco podía entrar en sus lamentaciones desde un terreno más alto que decir: “¿Cómo se sienta la ciudad solitaria que está llena de gente?” (Lamentaciones 1:1).

De repente, casi delirando, Luis Alberto expresa su angustia total: “Dios mío, es el leproso que has condenado a vivir solo. ¿Tendré tanta lepra en mi alma que debo morir solo, solo sin ti? (Levitco 13:46).

Pero claro, no estoy solo, aunque piense y me sienta solo. Dios esta conmigo: “El Señor es el que me ayuda: No temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?”. “Puesto los ojos en Jesús el autor y consumador de la fe….”. (Hebreos 13:6; 12:2).

Se escuchaban los pasos del equipo médico que se acercaba. Tenían que hablar con Luis Alberto…

 

Crónica de un Enfermo (3)

Día tres…

Me llamo Luis Alberto. Es un nombre ficticio. Tengo 48 años, vivo en California. No quiero que se sepa quien soy en realidad. Pido acceso a vuestras oraciones por este medio anónimo que llega al portal de su saber por medio del Dr. Zone en Ambos Mundos. 

Para Luis Alberto la noticia se desparrama que la mortalidad es alta para los que han contraído la fiebre. Una cama enferma pareciera ser una tumba, y todo lo que dice el paciente no es más que una variación de su propio epitafio. Todas las noches decimos a nuestros amados del hogar a qué hora nos levantaremos, pero aquí no podemos. Aquí postrado en esta cama uno se convierte en su propio fantasma y más bien asustamos a los visitantes. Algunos ahora lo dan a uno por muerto; postura miserable donde nos quieren negar la práctica de la resurrección al no levantarme más.

Luis Alberto decía que el no tenía la justicia de Job, pero tenía el deseo de Job de hablar y razonar con el Todopoderoso y razonar con Dios. Se preocupaba que ya pronto vendría el medico de cabecera y no lo podía aceptar así tan rápido. A su alrededor escuchaba a los médicos hablar en ingles y en otros idiomas desconocidos. Tenían mascaras de cirugía y no se podía detectar sus rostros. Dos o tres veces las enfermeras le hacían preguntas que no sabia como contestar porque no les entendía por el acento fuerte.

La lucha interna de Luis Alberto era una de conciencia y potencialmente la clave para su recuperamiento. Yo creo que muchos sabrán apreciar el dilema:

“Señor, ¿qué tan pronto quieres que vaya al médico, y qué tan lejos quieres que vaya con el médico? Le tengo pánico a los médicos porque pienso que quizás, acudir a uno de ellos es falta de fe de mi parte. ¿Podrá ser que mi fe es débil y por eso Señor, me envías con los médicos? Ayúdame a ser humilde y entonces podré aceptar que me sanes por la mano de otro y no la tuya directa… Igual uso la fe porque voy a donde tu me indiques.”

En mi conversación con Luis Alberto le recordé que el  Señor, promete árboles, cuyo fruto es para comer y sus hojas para la medicina: “Junto al río, en su orilla, uno y a otro lado, crecerán todo clase de árboles que den fruto para comer. Sus hojas no se marchitarán, ni faltará su fruto. Cada mes darán su fruto porque sus aguas fluyen del santuario: su fruto será para comer y sus hojas para sanar” (Ezequiel 47:12). ¿Dónde están las hojas? ¿Vendrán encarnadas en forma de los médicos? ¿Podemos oír la voz de tu Hijo; “¿quieres ser sano?” (Juan 5:6). ¡Si quiero ser sano!

En medio de su enfermedad se dio cuenta que el sabio no rechaza los médicos o la medicina. “Ten piedad de mí, Señor, porque soy débil; sáname, Señor, porque mis huesos se estremecen” (Salmo 6:2).

Admitió incluso que su inseguridad, su debilidad, su espanto, es razón, es motivo para invocar y recibir la misericordia de Dios y la enfermedad es una ocasión para recibir la sanidad de Dios.

He venido a eso, entonces, a darle lugar al médico, porque el Señor los ha creado. “Señor, tu me enviaste al médico…  pero cuando se acerque y al entrar a mi cuarto, lo escucharé no con sólo palabras de sabiduría humana o complejo vocabulario técnico: Lo recibiré escuchando esas palabras de Pedro: “Luis Alberto, Jesucristo te sana” (Hechos 9:34).

Crónica de un Enfermo (2)

El día segundo aceleraba el mundo opaco que desde un principio amenazaba a Luis Alberto. Le tenía pánico al potencial de aislamiento social… pero ya se daba cuenta que era inevitable.  Pese a una ansiedad inimaginable, Luis Alberto preservaba un sentido de dirección espiritual en medio de todo el conflictivo momento…

Día segundo: La cama: un nuevo altar.

Luis Alberto: Fue la peor noche de mi vida. Al fin me di cuenta, delirando con fiebre alta, que ya no estaba sobre mis pies. Los agentes de la ambulancia me llevaron al hospital a toda velocidad. La sirenas escandalizaban mi corazón y me ponía peor. Me removieron de la ambulancia rápidamente y me llevaron a un cuarto solitario para evaluarme… me conectaron a múltiples sondas y a diferentes aparatos electrónicos que median mi estado de salud… la respiración, el corazón, el pulso, el oxigeno, la temperatura… ¡de todo!

Pero lo que más me afligía era que ahora si, estaba en la cama postrado.

Los médicos y las enfermeras volaban a mi alrededor como abejas cuidando el panal. Y otra vez para mi trauma, los equipos electrónicos y los sonidos que proclamaban el estado de mi salud era deslumbrador.

En esa angustia no sabia mas que pedir perdón a Dios por las múltiples fallas en mi vida, pero más por mi desobediencia. Cualquier ser humano con un grado de consciencia pide perdón al Dios desconocido. Pero yo conozco a Dios en Jesucristo, y me da vergüenza decir que sabiendo hacer el bien, no lo hice. Y que, oyendo Su voz, la desobedecí. Pero, quizás como otros en mi lugar, me encuentro ante Dios que sorprendentemente me perdona y que me ama en realidad.

Percaté que, aunque en la enfermedad me quitó mis pies, no me quitó mi fundamento; que, aunque me quitó de esa forma erguida en la que podía pararme y ver Su trono y los cielos, no me quitó esa luz por la cual puedo ver a Dios mismo. Si; aunque estoy debilitado de mis rodillas corporales al no poder inclinarme ante Dios, todavía tengo las rodillas de mi corazón que se inclinan ante El para siempre.

Señor: Hoy, postrado a fuerza y en dolor, te entrego esta cama como un nuevo altar, hazme tu sacrificio; y así como haces a tu Hijo Jesucristo, el sacerdote, hazme tu diácono para ministrarte en una alegre rendición de mi cuerpo y alma a tu gusto,…

En estos momentos abrazo a Dios con la fuerza y con la confianza de que Dios hará de mi cama, de cualquier manera, que gire, un lugar donde puedo volverme hacia Dios. Siento tu mano sobre todo mi cuerpo, y puedo lo puedo palpar en toda mi cama, y ver allí todas mis correcciones, y todos mis refrigerios que fluyen de uno y lo mismo y todo de Su mano.

Hace poco eran plumas, hoy has hecho de esas plumas espinas en la agudeza de esta enfermedad. ¡Señor! Haz que estas espinas vuelvan a ser plumas, plumas de tu paloma, en la paz de la conciencia.

Señor, permíteme comulgar con mi propio corazón sobre esta nueva cama, estar quieto para proporcionar una cama para todos mis pecados anteriores y una tumba para mis pecados antes de llegar a mi tumba; y cuando los he depositado en las heridas de tu Hijo, para descansar en esa seguridad, de que mi conciencia está liberada de mayor ansiedad, y mi alma de mayor peligro, y mi memoria de mayor calumnia.

Haz esto, oh Señor, por su causa, que sufrió y sufrió tanto que pudiste, tanto en tu justicia como en tu misericordia, hazlo por mí, tu Hijo, nuestro Salvador, Cristo Jesús.

Dr. Zone: Una paz especial inundó el corazón de Luis Alberto. Estaba esperando lo resultados de los múltiples análisis médicos… estaba con fiebre, tos, y le costaba respirar. Continua.

Crónica de un Enfermo

Me llamo Luis Alberto. Es un nombre ficticio. Tengo 48 años, vivo en California. No quiero que se sepa quien soy en realidad. Pido acceso a vuestras oraciones por este medio anónimo que llega al portal de su saber por medio del Dr. Zone en Ambos Mundos. 

Día primero: Pre-afligido.

Luis Alberto: Mi condición como ser humano es difícil. En un momento estaba bien y de repente, sin causa directa, sin comerla ni beberla me amenaza una enfermedad con la que yo no tenía nada que ver. Me cuidaba con ejercicio, dieta, descanso, pasatiempos: cuidaba el Templo de la mejor manera posible puliendo cada piedra y lavando todas las paredes y limpiando todas las ventanas de mi alma.

Y en un momento repentino, pese a las décadas de cuidado y de salud, el solo pensar de esa enfermedad sin pretensiones, me amenaza, machaca todo, derroca todo, derriba todo. Inmerecido, si consideramos solo el desorden que nos convoca, nos atrapa, nos posee, nos destruye el futuro en un instante.

¡Es la miserable condición del hombre! Que no fue impreso por Dios, quien, como él mismo es inmortal, puso un rayo de luz e inmortalidad en nosotros, pero lo apagamos con nuestro primer pecado; nos robamos escuchando las falsas riquezas y nos enamoramos escuchando los falsos conocimientos de invisibilidad.

De modo que ahora, no solo morimos, sino que morimos en el estante de productividad y pasividad, morimos por el tormento de la enfermedad; ni eso solo, sino que estamos pre-afligidos, súper afligidos con celos, sospechas y aprehensiones de enfermedad, antes de que podamos llamarlo una enfermedad: no estamos seguros de estar enfermos; una mano pregunta a la otra por el pulso, y nuestro ojo pregunta si viviremos.

Hoy desperté con temperatura y tos aguda, alto palpitar, traumado.

Soy  un mundo para mi mismo, por lo tanto tengo suficiente, no solo para destruir y ejecutarme a sí mismo, pero para anunciar esa ejecución sobre mi mismo; para ayudar a la enfermedad, para anteponerse a la enfermedad, para hacerla más irremediable por tristes aprehensiones y, como si fuera a encender el fuego, más vehemente al rociar agua sobre las brasas, para envolver una fiebre caliente en la melancolía fría, no sea que la fiebre por sí sola no se destruya lo suficientemente rápido sin esta contribución, ni perfeccione el trabajo (que es la destrucción), excepto que nos unimos a una enfermedad artificial de nuestra propia melancolía, a nuestra fiebre natural y no natural. ¡Enigma y miserable condición! ¡Detesto mi vulnerabilidad!

Oración: Perdóname Señor. Has impreso un pulso en nuestra alma, pero no lo examinamos; una voz en nuestra conciencia, pero no la escuchamos. Lo hablamos, lo bromeamos, lo bebemos, lo dormimos; y cuando nos despertamos, no decimos con Jacob: Seguramente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía. Pero, aunque podamos saberlo, no lo hacemos, no lo haremos. Estoy apasionadamente arrepentido… quiero darle lugar a Dios.  En Tu Nombre, ¡Amen…!