El Retorno…

Le invito a leer secciones editadas de mi nuevo libro a publicar “El Túnel del Tiempo de un Inmigrante”.

Ningún hombre entra dos veces el mismo río, porque no es el mismo río y él no es el mismo hombre.” Heráclito.

Girar a mi país de origen fue en un tiempo pasado un profundo deseo, quizás obsesión. Los primeros años en California fueron difíciles tratando de acomodarme a la nueva cultura. Tenía que vivir en inglés en mi nuevo país que apenas me aceptó condicionalmente, como a todo extranjero. No es cosa fácil, la cultura estadounidense es pesada; en algunos casos lo modifica en las orillas culturales y en otros casos anula raíces. En mi caso luche por retener lo que pensé era mi regalo de nacimiento: “—Soy de allá”- me decía siempre. La realidad es que mi ciudad natal era apenas un recuerdo lejano, pero real. Durante tres décadas mi mente recordaba con claridad nostálgica las travesuras de aquellos días de inocencia infantil… ¡tantas figuras del pasado!

…Llegué a Buenos Aires en pleno invierno de agosto… Habían pasado décadas que no respiraba el aire bonaerense. Mis cinco sentidos estaban denunciando nuevo territorio; eran poderosos grabadores que despertaban una interioridad fascinante clasificando y ordenando la experiencia. Todo era igual y a la vez distinto. Estaba en un lugar que jamás podría suprimir; me iba ser imposible esquivarlos porque formaría parte de mi persona para siempre.

Un taxi, al subterráneo, y al fin a Constitución donde aguardaba la etapa final del viaje…

…Ya empapado de traspiración y con pulso alto, dimos pasos apresurados para sacar el boleto pulman y no perder el tren… Hoy me tocó viajar en un tren legendario; un carruaje místico que me trasportaba por las vías del tiempo a mi infancia al encuentro con el pasado… En esos días servían en el tren, vagón por vagón, café, medialunas, pebetes, gaseosas de toda clase y un sinfín de facturas, algunas con dulce de leche. Aproveché todo lo que podía creando una fiesta culinaria que revoletearon mis recuerdos. Supongo que formé parte de la construcción pintoresca social del tren… como un goloso empedernido.

Estaba muy claro que no estaba dentro de la demografía multicultural californiana compuesta por un alto porcentaje de mexicanos y centro americanos. Observaba a los pasajeros argentinos de extracto europeo y no me sorprendía que de aquí vengo yo. No escondo mi orientación cultural ni la evangélica, la misma me ayuda a reflexionar en Isaías 51:1: “…Mirad la roca de donde fuisteis tallados, y la cantera de donde fuisteis excavados”. Es una invitación que acepté, pero sería mucho más severa de lo que anticipaba.

…Mi tejido cultural argentino es parcial; existe vivido en el extranjero con un sentido y significado construido a través de varias escalas de tiempo y distancia. Al frente mío está la necesidad de aclarar la importancia de mis experiencias vivenciales que incluyen la totalidad de mi persona: el prisma por donde uno percibe y atribuye valores, sentido y significado del mundo y de la identidad. Pensando en todo esto; discutiendo conmigo mismo; tratando de encontrar trinchera en el campo de batalla emocional.

Por eso mismo fue que durante la ruta a Mar del Plata tuve una sensación que por momentos me faltaba el equilibrio, me sentía suspendido en el aire, era un vértigo cultural abrumado por un sentido nostálgico que no podía medir. Escuchaba el rugir de la locomotora, sentía el movimiento de los vagones y el crujir de las ruedas de hierro con las vías sobre los durmientes de quebracho, ajustándose a las diferentes velocidades anunciando las paradas rutinarias. Mi cuerpo se zarandeaba de un lado al otro apretándome el costado derecho contra la ventana, sentía la presión sobre mi piel pese las capas de ropa; estaba cansado…

Por la ventanilla veía los extensos campos verdes salpicados con manchitas negras y blancas del ganado. Los cielos cambiaban de color a cada rato con nubes negras cargadas de agua a otras blancas como la nieve con un trasfondo de azul celeste. Y no podía más que notar los interminables postes telefónicos adornados con nidos de barro, hogar de los teros, las casitas del hornero que “tiene alcoba y tiene sala…” y las clásicas golondrinas del tiempo lineal y circular… Si; estaba en el espacio de Carpe Diem.

…El tren seguía, deteniendose en algunas estaciones desembarcando y embarcando pasajeros…  En esas escasas pautas de tiempo lograba apreciar otros paisajes pintorescos interpretado por los diferentes sentidos… El humo y distintos aromas encantadores procedentes de la parrilla de las pulperías y restaurantes al aire libre, los chicos jugando apasionadamente el futbol cerca de la vía del tren, los perros ladrando al tren y sus dueños indiferentes…

Me impresionó la cautela del conductor del tren cuando pasábamos sobre parches donde las vías yacían inundadas por lluvias torrenciales que acostumbran a derrochar vida al campo seco.

Cada kilómetro del avance del tren era un repetido paisaje de campos y vacas, arboleadas, ríos, lagos y clima de invierno de agosto.

No podía evitar la legitimidad de mis pensamientos que estaban en la búsqueda de algo nuevo o quizás viejo y olvidado. Era un desenlace de tiempo y vida; quizás sería la linterna de la sociedad que me aclararía el desfile de las sombras y las siluetas de una realidad que consideraba perdida; sería descubrir el lujo de riquezas internas ahora enfrentadas.

Sé que sufriría un pasado encapsulado, pero ¿qué será lo que me aguarda pacientemente tantos años de ausencia? ¿Por qué me estremece el pensar del hogar, del nido que guardaba los recuerdos y momentos sagrados de mi infancia? …Me daba la impresión qué estaba imaginándome, quizás soñando despierto el tiempo pasado. Pero no sabía qué podía soñar porque no tenía mucho tiempo vivido en mi país para acumular experiencias…

Apreté un montón de horas desde Los Ángeles a Buenos Aires… pero las seis horas de Constitución a Mar del Plata fueron las más ansiosas. Si, llegué a mi patria, mi ciudad balnearia con quien siempre me identifiqué apasionadamente dentro de mi experiencia migratoria californiana.

Al llegar al departamento de Tía donde estaría hospedado, apenas si podía ya con la gigante valija, que de hecho, los tres no cabíamos en el ascensor, ya sea el ascensor era muy chico o la valija era muy grande. Tía subió sola preparando el camino y yo la seguí después con la valija. 

Al instante de entrar al ascensor, recuperé memorias de cuando vivimos en el mismo departamento una corta temporada en 1957…

…Subí al ascensor, cerré la primera puerta de metal flexible estilo reja-acordeón, y luego la segunda que habilitaba el ascensor. Marqué el botón para el “11” piso y un brusco empuje vertical comenzó el ascenso. Los ruidosos engranajes y cables de acero que suspendían la cabina del ascensor delataban el perenne tercer mundo; un ascensor con sombras y rechinamientos que espantaban la seguridad.

…A medida que ascendía, cada piso se rendía con el crujir de las ruedas, resortes y bisagras de metal: tac, tac, tac, como en cámara lenta, haciendo un esfuerzo vertical… y simultáneamente un: clic, clic, clic, marcando cada piso.

A través de las rejas de las puertas del ascensor se notaban claramente las paredes pintadas de blanco grisáceo con la numeración de cada piso en letras grandes y negras. Cada piso que pasaba, captaba un caldo invisible de aromas y tufos; cada piso era como una gran nube encerrada en su aroma. Ya sospechaba que más allá del presente entorno había un misterio inmenso sin nombre todavía.

Otra vez me sentí fuera de lugar, una sensación extraña, un ambiente diferente, remonto a lo que estaba acostumbrado. Era como que de repente los aires antiguos amontonados por el tiempo, inexplicablemente y en ese momento, soplaron sobre mí y mi interior se estremeció; me sentí espeluzado.

Era un avance turbulento y fantasmal que no podía identificar; muy tarde para sacudirlos de mi interioridad- estaban anidados en mí. Bruscamente, en el medio de esa lucha, esa sensación que duró fracción de segundos, el ascensor se detuvo y todo se esfumó. Quedé como que no pasó nada. Pero, paso todo. Llegue al piso 11.

Ya quería regresar.

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