Día tres…
Me llamo Luis Alberto. Es un nombre ficticio. Tengo 48 años, vivo en California. No quiero que se sepa quien soy en realidad. Pido acceso a vuestras oraciones por este medio anónimo que llega al portal de su saber por medio del Dr. Zone en Ambos Mundos.
Para Luis Alberto la noticia se desparrama que la mortalidad es alta para los que han contraído la fiebre. Una cama enferma pareciera ser una tumba, y todo lo que dice el paciente no es más que una variación de su propio epitafio. Todas las noches decimos a nuestros amados del hogar a qué hora nos levantaremos, pero aquí no podemos. Aquí postrado en esta cama uno se convierte en su propio fantasma y más bien asustamos a los visitantes. Algunos ahora lo dan a uno por muerto; postura miserable donde nos quieren negar la práctica de la resurrección al no levantarme más.
Luis Alberto decía que el no tenía la justicia de Job, pero tenía el deseo de Job de hablar y razonar con el Todopoderoso y razonar con Dios. Se preocupaba que ya pronto vendría el medico de cabecera y no lo podía aceptar así tan rápido. A su alrededor escuchaba a los médicos hablar en ingles y en otros idiomas desconocidos. Tenían mascaras de cirugía y no se podía detectar sus rostros. Dos o tres veces las enfermeras le hacían preguntas que no sabia como contestar porque no les entendía por el acento fuerte.
La lucha interna de Luis Alberto era una de conciencia y potencialmente la clave para su recuperamiento. Yo creo que muchos sabrán apreciar el dilema:
“Señor, ¿qué tan pronto quieres que vaya al médico, y qué tan lejos quieres que vaya con el médico? Le tengo pánico a los médicos porque pienso que quizás, acudir a uno de ellos es falta de fe de mi parte. ¿Podrá ser que mi fe es débil y por eso Señor, me envías con los médicos? Ayúdame a ser humilde y entonces podré aceptar que me sanes por la mano de otro y no la tuya directa… Igual uso la fe porque voy a donde tu me indiques.”
En mi conversación con Luis Alberto le recordé que el Señor, promete árboles, cuyo fruto es para comer y sus hojas para la medicina: “Junto al río, en su orilla, uno y a otro lado, crecerán todo clase de árboles que den fruto para comer. Sus hojas no se marchitarán, ni faltará su fruto. Cada mes darán su fruto porque sus aguas fluyen del santuario: su fruto será para comer y sus hojas para sanar” (Ezequiel 47:12). ¿Dónde están las hojas? ¿Vendrán encarnadas en forma de los médicos? ¿Podemos oír la voz de tu Hijo; “¿quieres ser sano?” (Juan 5:6). ¡Si quiero ser sano!
En medio de su enfermedad se dio cuenta que el sabio no rechaza los médicos o la medicina. “Ten piedad de mí, Señor, porque soy débil; sáname, Señor, porque mis huesos se estremecen” (Salmo 6:2).
Admitió incluso que su inseguridad, su debilidad, su espanto, es razón, es motivo para invocar y recibir la misericordia de Dios y la enfermedad es una ocasión para recibir la sanidad de Dios.
He venido a eso, entonces, a darle lugar al médico, porque el Señor los ha creado. “Señor, tu me enviaste al médico… pero cuando se acerque y al entrar a mi cuarto, lo escucharé no con sólo palabras de sabiduría humana o complejo vocabulario técnico: Lo recibiré escuchando esas palabras de Pedro: “Luis Alberto, Jesucristo te sana” (Hechos 9:34).